domingo, 14 de junio de 2009

Bye-Bye, Perú.


Una anécdota, que nos servirá de introducción:

Tendría unos ocho años cuando sucedió.

Estaba en el aeropuerto, despidiéndome de una tía que se regresaba a Inglaterra, donde vivía. Recuerdo que me quería meter en una de las maletas, contrabandearme adentro del avión. Supongo que mis padres no querían desilusionarme, porque me hicieron creer que podía hacerlo hasta unos cuantos minutos antes de que mi tía se fuera a la sala de espera o como se llame el lugar en donde no se puede entrar sin un pasaje. Me puse a llorar. Pero mal, como un bebé. Nunca fui el niño más hombre del mundo.

En todo caso, mi mamá me dijo que me tranquilizara, que me compusiera, y me jaló a un lado mientras que el resto de la familia se despedía de la tía. Entonces vi a un tipo, con su esposa y un par de hijos. Estaba sentado en el piso, con una larga maleta negra de cuero abierta. De ella sacó, con su esposa regañándole al oído, media decena de mazorcas de choclo morado, una bolsa de papas, algunas lúcumas, y varios vegetales que no reconocí. Tiré de la mano de mi madre. Apunté al señor.

Ella se rió. Lo que pasaba era lo siguiente: el hombre, al igual que miles de personas cada día, estaba inmigrando a Estados Unidos. La maleta era para tener algún tipo de ingreso económico cuando llegara. No sé, en realidad, estoy adivinando. Lo que sí sé es que le estaban haciendo problemas los de la aerolínea.

Lo que más recuerdo es que sus hijos se veían aburridos, sin nada que hacer. Tristes. Yo todavía nunca había salido del país y habría matado para irme de viaje a algún lado, cualquier lado. Pero es muy diferente irte a Disney de vacaciones que irte a vivir a las afueras de Los Ángeles o el Spanish Harlem de Nueva York para siempre.


¿Qué es lo que hace a Estados Unidos la Tierra Prometida de nuestros tiempos? Aunque obviamente tiene algo que ver con lo que ese país ofrece a inmigrantes (“dadme a vuestros rendidos, a vuestros pobres, vuestras masas hacinadas anhelando respirar en libertad”), aunque sea hasta hace relativamente poco, creo que es más sobre lo que nosotros pensamos nuestra nación no puede ofrecernos.

Da igual si es Estados Unidos o cualquier otro país, en realidad, la gente solo se quiere ir del Perú. El hecho de que los united sean el destino número uno tiene una explicación relativamente simple: es lo único que conocemos. Las series que vemos son gringas, las películas que vemos son gringas, la ropa que usamos es gringa y la música que escuchamos es gringa. Desde chibolos, los Estados Unidos no son solo un país allá afuera, son el único país allá afuera. Entonces, cuando decidimos por fin largarnos del Perú, solo hay una verdadera opción.

¿Pero qué hace a la gente querer irse del país? Una encuesta reciente mostró que más del setenta y cinco por ciento de los jóvenes menores de veinticinco años desean terminar viviendo en el extranjero. Sin embargo, más o menos que un noventa por ciento de los peruanos están orgullosos de su patria. No es necesario señalar la enorme contradicción de ideas que estas cifras plantean.

Últimamente he estado leyendo un blog publicado en la página web del diario El Comercio. El autor es descrito como “miles de peruanos alrededor del mundo,” y lleva como título “Yo También Me Llamo Perú.” Cada entrada es escrita por una persona diferente, otro compatriota más que decidió largarse del país. Uno de ellos extraña a su madre, ya que está enfermo y no sabe cómo hacer sopa; otra nos cuenta sobre cómo la joden por su forma de hablar el inglés y hasta por las jergas que usa cuando habla el español. Son muchas las historias que cuentan, pero todos tienen algo en común: todas aman al Perú. Lo extrañan, lo piensan, lo añoran. Entonces: ¿por qué se fueron?

Primero que nada, irte del país no significa que te quieras ir del país. A veces las circunstancias cambian y tienes que hacer algo que nunca pensaste tendrías que hacer. Otra cosa que vale mencionar es que solo porque piensas que tu país es una vergüenza, no significa que lo odies. Es decir, nadie puede decir que las cosas están bien en el Perú, ¿verdad? Nuestra economía crece, pero los índices de pobreza siguen estando igual de altos que siempre. Estamos poniendo todo el peso de nuestro progreso en bienes primarios como la industria de metales, que produce poco trabajo y altos ingresos para un sector muy reducido de la población. Sin embargo, la gente no ve esto, solo ve las cifras de crecimiento, que nos dicen que estamos mejor que cualquier otro país de Latinoamérica, y se preguntan por qué, si esto es verdad, ellos siguen donde siempre han estado. Entonces comienzan a pedir cambios. Pero aquí la gente no te escucha hasta que comienzas a gritar, y, cuando gritas, no te hacen caso hasta que rompes algo.

El Perú es un país maravilloso. Tenemos tantas cosas buenas, tantas cosas por las cuales enorgullecernos. A veces nos gusta creernos más de lo que somos, pero eso es solo porque no lo podemos evitar. Al ver todas las cosas que hemos logrado, todas las cosas que tenemos, ¿quién no se dejaría llevar un poco? Y, oye, no sé si hay un Dios ahí afuera, pero si es que existe, deberíamos agradecerle por habernos dado el privilegio de vivir aquí. Súbanse a su carro, manejen por un par de días y verán playas, desiertos, montañas, bosques, nevados, y tampoco es que nuestro territorio sea tan grande. Además que la gente es maravillosa. Hay personas que no tienen nada y que sobreviven por puro ingenio y fuerza de voluntad y aún así son felices. La creatividad peruana es concepto tan repetido por todo el mundo (en comerciales, series televisivas, etc) que a veces nos olvidamos que de verdad existe, y que es hermosa. Tan hermosa que sé que, pase lo que pase, el país saldrá adelante, y que estaremos, eventualmente, bien.

Pero hasta que lo estemos, ¿puedes culpar a las personas que se quieren ir?

La verdad que no. Solo puedes decirles “bye-bye,” suerte, y esperar que su creatividad nata les permita llevar una buena vida a donde quiera que se estén yendo.

Una Última Cosa: el blog que mencioné puede ser encontrado aquí.

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