Ya se cumplen casi 5 años desde el "patadón" de Alan García al ciudadano Jesús Lora, que casi cuesta campaña electoral al entonces candidato a la presidencia. La política peruana es, a veces, una pollada demencial llena de chavetazos y tacles, casi nada nos asombra, pero ya saben, Alan García siempre encuentra la forma de ser memorable. Y no hablamos de la versión 1.0 del estadista que entre el 85 y el 90 provocó que tantos lectores de este blog abandonaran para siempre jamás la tierra del inca que sol ilumina (o debiera decir, el Inti), aquel que manejó la nación como si se tratara de un veloz y descarrilado tren eléctrico. No. Hablamos del individuo que diez años más tarde volvió al Perú con perfume socialdemócrata y una maleta cargada de lecciones mercantiles, un hombre nuevo en busca de redención, un candidato febril que, luego de perder las elecciones del 2001, se dio de lleno a la abnegada tarea de ser la voz del pueblo ante al régimen de Alejandro Toledo. Y en esas andaba cuando ocurrió algo catastrófico. El 14 junio de 2004, García vivió una de esas experiencias que el azar esculpe con juguetón esmero solo en las biografías de grandes hombres. Lo peor: todos lo vieron por la tele.
El hecho ocurrió durante una marcha de protesta de la CGTP a la que Alan García había asistido puntualmente, con corbata y con estandarte, con Mulder y Del Castillo. Quizás muchos se pregunten qué hacía Alan en uno de esos paros sindicales que hoy tanto deplora, pero no voy a ensayar una respuesta: este blog no es sobre política. El caso es que en medio de la manifestación, el ciudadano Jesús Lora se interpuso en el camino de García. Fue cosa de segundos. El líder político no pudo contenerse, e hizo lo que todo hombre de acción debe hacer ante un obstáculo: sacárselo de encima y seguir el rumbo.
Lo malo es que había cámaras.
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