Querido Ladrón,
Entiendo por qué robas. Este país no es tan bueno con las personas que viven en él. Constantemente tenemos que estar sacando trucos del sombrero para siquiera sobrevivir, para mantenernos a flote. Es difícil vivir en un país que se pasa todo el tiempo buscando formas de cagarte tan completamente.
Tal vez trataste de conseguir un par de trabajos antes. Fácil haciendo taxi o vendiendo cualquier cosa en la calle, pero eso cansa después de unos días, meses, años. A veces se hace plata y a veces no, y es difícil estar constantemente haciendo cuentas de lo que puedes o no comprar. Tal vez embarazaste a esa huevona que te tiraste en el cuarto de tus viejos. Aunque sea eso es lo que ella te dijo cuando le intentaste cortar. Es tan buena cristiana que no quiere abortar. Lo único que quiere es tu dinero.
Y tu mamá, que ya está vieja y no puede trabajar, también quiere algo de platita. Tal vez se mudó a vivir contigo, porque tu papá está borracho todo el tiempo, no la puede mantener, lo único que hace es dormir todo el día. Antes, cuando eres pequeño, te solía sacar la mierda para que vayas a pedir limosna al centro. A veces comprabas un periódico con tu prima y leían las noticias en los micros. Algunos pasajeros les daban veinte céntimos, algunos nada.
Tú abuelo es el único que sigue trabajando. Tiene sesenta y dos años, rompe piedras en el cerro. Vino acá de las provincias, supongo, tratando de encontrar una mejor vida. Lima es la ciudad del futuro. Se olvidaron de decirle que no hay futuro para quechuahablantes sin educación ni dinero. Lo admiras, pero está loco si piensa que vas a vivir como él. Romper piedras es de pobres.
Siempre has vivido cerca del crimen. Fumabas hierba y olías goma de chibolo, y después comenzaste a hacer cocaína cuando tenías el dinero. Cuando tenías quince años, uno de tus amigos te invitó unas cervezas. Tenía bastante dinero. Tal vez le preguntaste cómo lo consiguió. Él te dijo.
Otra chica más sale embarazada. Te casas con ella para que no te joda la vida. Igual lo hace, porque el niño sale más caro de lo que pensabas (algún problema médico que el doctor no explica bien) y la mujer está ahí para pedirte de todo, diciéndote que es tu deber como papá y esposo. Ahora estás manteniendo a tus padres, a tus dos hijos, a tu esposa y ti mismo, con las justas. Vas a las putas con un amigo tuyo para quitarte la mente de las cosas.
La prostituta sale embarazada. Te asegura que es tuyo.
El taxi con las justas te alcanza para todo esto. Estás en un carro por once horas al día, escuchando al tipo de gente con la plata suficiente para pagar un taxi hablar de las cosas que les molestan y viéndolos poner cara de culo cuando tu tratas de quejarte de lo que ti te molesta. La primera vez que robas, prometes a Dios que nunca lo vas a hacer de nuevo. Unos meses después, tal vez, te compras una pistola con plata prestada.
En el periódico lees que el PBI ha crecido, que la situación del país anda bien. En el radio escuchas sobre cómo el país está progresando más rápidamente que cualquier otro en Latinoamérica, que pronto alcanzaremos a Chile, que nos uniremos al club de los países desarrollados. Alrededor tuyo nada cambia. Las calles siguen igual de rotas y sucias, tus amigos siguen sin dinero, todo el mundo sigue igual. ¿Dónde mierda está la parte del dinero que te corresponde a ti?
Ya llegará, dicen algunos. Se llama chorreo. Primero tienen plata los de arriba, pero pronto el mercado reparte esos bienes entre todos. Solo tienen que esperar un poco, te dicen. El país está mejorando. Piensas: ¿por qué chucha tengo que esperar yo?
Ladrón, ya sé que parece un mal chiste. El Perú tiene muchas cosas buenas, pero a veces me da bastante asco estar aquí. Estoy seguro que tú también sientes eso a veces. Tal vez por eso un buen día decides robar de nuevo.
Últimamente has tenido el revólver en la parte del costado del asiento de tu taxi. Son las cuatro de la mañana, casi las cinco. Hay un chico de dieciocho años caminando solo por el taxi. Te dice una dirección que no conoces, le dices que se suba al auto. Está borracho y se duerme en el carro. Después de unos minutos lo despiertas. Le dices que ya llegaron. El chico se da cuenta que es mentira y tú le dices que te de su celular y su billetera.
Él lo hace. Luego, te vas. Cuando llegas a tu casa, examinas lo que conseguiste. Solo tiene treinta soles en la billetera, y el celular es viejísimo. Piensas: chibolo de mierda. Tendrás que robar de nuevo mañana. Adentro, uno de tus hijos está llorando. Ya están creciendo. Pronto podrán ir al centro a limosnear.
Entonces. Sí entiendo porqué robas, ladrón. Es decir, robar es una de las clásicos oficios peruanos. Es lo que hacen los políticos, ¿verdad? Y no es que tengas una opción. Pero lo que no entiendo, hijo de la gran puta, es por qué me robaste a mí.
Te odio,
Jorge.
miércoles, 1 de julio de 2009
Carta A Ladrón.
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