Las modalidades para pedir limosna en nuestro país aumentan cada día. En los semáforos vemos señoras con niños en brazos pidiendo unas monedas, hombres lisiados o con diversas deformidades físicas. Está el típico tono de voz que suele llegarnos al corazón y al bolsillo.
Hace poco tuve una experiencia particular, me encontraba en la puerta de mi casa cuando de la nada apareció un hombre de unos 60 años asumo, que se detuvo a mi costado. El susto fue instantáneo, hasta que empezó a hablar (usando ese tonito que te desgarra el corazón) y me di cuenta de que su intención era pedir una “ayudita”. Empezó diciéndome que había ido a ver a su hermano y no lo había encontrado y que venia de muy lejos (me parece que Pucusana). En ese momento lo corte diciendo que en ese momento no tenía dinero pues ya sabía a donde quería llegar el hombre. Insistente, siguió con su relato contándome que se había quedado sin plata para el pasaje y que no sabía que hacer. Finalmente tuve que ceder ya que la historia llegó a darme mucha lastima (no de una manera despectiva), y porque no decirlo, debido a que la situación se dio en la puerta de mi casa lo cual lo hacia un poco peligroso.
Luego de darme las gracias unas cinco veces se retiró. No es seguro que su historia haya sido verídica, lo que si es seguro es que logro su cometido y a mi me dejo sin el último sol que tenia en la billetera. No cabe duda que esta gente puede ser capaz de persuadir a cualquiera, pero a la vez hacer que desconfiemos de la veracidad de sus relatos.
martes, 14 de julio de 2009
Colabóreme con un sencillo
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